martes, 17 de agosto de 2010

Juan Manuel:Entramos a la casa del río por el campo


Entramos a la casa del río por el campo. La casa del río es totalmente distinta de este lado, que en realidad es el otro lado, porque el lado clave es el del río.
Es algo acastillada, con torres y tejados muy europeos, no se parece en nada a ese lado que veía cuando remaba en el Timón; una enorme ventana circular que se posaba sobre el río, que casi se metía al agua, una casa a la que se podía entrar en bote. Yo veía esa casa como una especie de hermana de la “casa de la cascada” de Wright, porque entraba en la naturaleza sin molestarla.
Yo tendía…catorce, y Frank Lloyd Wright era mi ídolo, él había sido uno de los mayores arquitectos de la historia, realmente un adelantado, un romántico, una buena persona, genial y precursora, el libro ese, Usonia, la novela sobre su vida, qué buen libro ese, mirá, creo que por esa novela soy arquitecto ¿dónde estará? ¿Lo tendrán los chicos todavía?, me parece que Marquitos me lo había pedido, otra vez sin reclamar los libros, yo.
No sabía cómo eran los que vivían adentro, porque nunca, nunca había visto a nadie en la casa ni cerca, y mirá que iba a remar casi dos veces por semana. La casa se deslizaba en la orilla como una balsa a medida que yo avanzaba con el bote. Bueno, yo me enteré de que vivían ellos en esa casa por comentarios de mis viejos, obvio. “Esa casa que dice Juanma que ve cuando va a remar también debe ser de los Heyerdall.”
Ellos eran como la familia real en ese pueblo, eso me lo había contado mi abuelo.” Una estancia enorme, pero no como la de Alejandro Roca, no como la de Unzué, una estancia como de otro país, con pavos reales, ciervos…Un parque, un verdadero parque, con los pinos que llegaban hasta abajo, y sólo pasto como una alfombra y arbustos ocupando más o menos dos hectáreas, y una capilla, si, la capilla que le regaló Don Julio a su mujer…ellos habían tenido dieciséis hijos, había una monja…la monja no vive en Argentina…"
Y seguía el abuelo con las historias de su trabajo como alambrador de la estancia. Pero yo me quedaba pensando y soñando con ese lugar de oto mundo.
Después vino la misa en Cortines, mis viejos y sus amigos católicos se empecinaban en encontrar una misa que los representara, y cuando vieron que eso era imposible, buscaron al menos una que los entretuviera, como en este caso, los domingos a las nueve de la mañana en un diminuto pueblo cercano, un cura belga que hablaba simple y contaba parábolas e historias de santos. Y hablaba corto.
Ahí vi por primera vez a los Heyerdall: Alrededor de cuatro familias que se alternaban, porque no iban siempre los mismos, a veces estaban todos, a veces pocos, pero nunca ninguno. Eran perfectamente identificables por varios motivos: los hombres eran los únicos muy altos y castaños o rubios de pelo lacio y los únicos que cantaban con voces potentes de coro de iglesia. Las mujeres eran rubias, casi todas, vestidas con sobriedad, con austeridad, y los chicos, rubios, pero no rubios como mi hermana, o mis compañeros, rubios con el pelo casi blanco, lacio y poco. Estaban todos juntos, siempre quietos y respetando la misa, nunca se daban vuelta para mirar nada. Y ahí estaba ella. Inge, ella me inquietaba, ella era el misterio, lo raro,lo otro, lo extranjero, lo lejano,una chica que compartía la comunión conmigo pero que no sabía ni sabría nunca de mi existencia, aunque alguna vez haya estado sentada al lado mío, en el mismo banco.
Inge, (sabía que se llamaba así porque a la salida la habían llamado para subir al auto) tenía ojoscomo dos líneas algo encapotadas y hundidos, tenía la cara angosta y afilada, todo en ella era angosto y afilado, estaba llena de pecas, era muy alta y flaca y con el pelo como todos sus hermanos y primos,ya casi verde,sí, verde como las sirenas de Ulises…
Continuará

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